

Te propongo un pequeño ejercicio mental.
No me gusta mucho la futurología en sentido de suponer cosas que no tengan un asidero en la realidad más próxima, pero al mismo tiempo me gusta escribir ciencia ficción, por lo tanto esa cuota de imaginación exacerbada, de futurismo utópico o distópico, lo canalizo por esa vía. Pero muy a pesar mío estos días parte de la reflexión es intentar visualizar hacia que mundo nos estamos dirigiendo. Cuánto y qué puede cambiar. Qué puede o debe uno hacer para colaborar en ese cambio positivo que quiere ver reflejado en el mundo. Iniciar este blog, aún cuando lo lean pocas personas, fue una de esas decisiones. Compartir ciertos conceptos y visiones, y usarlo de excusa para ordenar algunas ideas.
Todos en algún punto nos estamos preguntando en mayor o menor medida cuál será el impacto -si es que lo tiene- en el devenir del mundo posterior a esta crisis. Si será o no revelador y una oportunidad de mejora, o será una momento bisagra donde ciertos poderes aprovecharán para avanzar y sobreponerse en otro orden y nivel. Y bueno, por supuesto los hay que no reflexionan sino que ocupan su mente esperando el momento en que les digan que ya pueden volver a su relativa normalidad. Esto último por un mecanismo de autopreservación o simplemente por la muy extendida «ley del menor esfuerzo», pero también por un demostrado déficit en la educación y en particular en la ejercitación del pensamiento crítico.
Y este punto de la no-reflexión es el que quiero usar como punto de partida ya que la primera pregunta es cuánto de este cambio es sobre la intelectualización del mundo y cuánto a nivel de las emociones o el cambio de sensibilidad y empatías. Aquí entonces mi primera suposición: mucha gente, sea que reflexione mucho o poco, decretará que la vida es demasiado frágil y el mundo sorpresivamente tan cambiante que esa afirmación acelerará el proceso de Carpe Diem (vive el momento) que ya se venía dando, por lo cual tomará algunas decisiones drásticas como dejar sus trabajos y rutinas en busca de una vida más plena. La primera empatía que podría verse revolucionada es la empatía para con uno mismo. Para con el «primero yo y mi felicidad y acto seguido el mundo». Las posibles consecuencias las voy a elaborar en otro artículo porque son muchas y nos desviaría del objetivo de este artículo, pero créanme que pueden ser de un impacto de proporciones. Esta sería la primera aceleración (este proceso ya estaba en marcha) a la que asistiríamos tanto como espectadores o como actores y ejecutores de esta nueva sensibilidad.
El segundo punto que toda la crisis aparentemente pone en jaque en un cierto grado es el mecanismo de oferta-demanda versus la solidaridad. El mundo no estuvo preparado porque no hay demanda de respuestas para situaciones de crisis, mucho menos extremas como ésta, por ende no hay oferta de infraestructura y mucho menos de recursos, conocimiento adecuado, procedimientos, estándares, acuerdos, tecnologías, y un larguísimo etcétera. El paradigma actual se basa en mecánicas primordialmente transaccionales y muy en menor caso solidarias. En otras palabras, en su enorme mayoría trabajamos por dinero y luego entregamos dinero por objetos o servicios. En un segmento más reducido a nivel global se trabaja especulando. Y en otro más reducido aún se «trabaja» simplemente robando o esclavizando. Pero el más extendido sigue siendo el transaccional de trabajo por dinero. Los sistemas solidarios dentro de este escenario son los mínimos. Proporcionalmente tan exiguos que tienden más a cero que a uno. Pero paradójicamente, ¿cuál es la bandera de esta crisis global? «De esta salimos todos juntos». No es «de esta salimos los que podemos pagar» (aunque en cierto grado es cierta pero no tiene buen marketing). Ahora bien, tras semejante enunciado solidario donde no importa quien tenga más o menos, el virus no distingue y debemos ayudarnos entre todos, se encuentra un enunciado que sienta un precedente. Si para salir de la crisis precisamos ser solidarios, para vivir en un mundo posterior a la crisis, precisamos seguir siéndolo si es que aprendemos algo de esta situación. Aquí entonces mi segunda suposición: la agenda política ya no tendrá margen de maniobra para mirar para otro lado y se verá marcada por una agenda de la solidaridad y el desarrollismo con bases humanas más profundas. En especial si como sociedades algo de todo esto nos toca alguna fibra y decimos «basta!» y exigimos una reasignación de presupuestos y acciones concretas.
Retomo entonces el último párrafo. ¿Nos tocará suficientes fibras como para entender que no podemos permitir más que políticos nefastos, tecnócratas, especuladores, militares, corruptos, lobistas y corporativistas manejen la agenda mundial? ¿Será que se pondrá en tela de juicio si las actuales fronteras entre países y las democracias están o no a la altura de una humanidad cada vez más globalizada e interdependiente? Son preguntas que las estoy leyendo en diversos medios de distintas formas, pero que no creo que en el futuro cercano produzcan cambios importantes. Pero aquí mi suposición: esta crisis planta una semilla muy pequeña pero poderosa que podría acelerar ciertos cambios que pudiéramos vislumbrar de acá a los próximos años en relación a la participación política y social. Sobre todo si el mundo académico tanto como el social de base se sublevase a las dinámicas de mercado de oferta-demanda. Si lo hiciese podría decidir marcar su agenda y avanzarla poniendo presión para: a) producir mejores métodos de representatividad y decisión; b) producir mayor interés por la participación en la construcción de una realidad (mundo) proporcionalmente mejor. Esto podría dar pie a la creación de nuevos partidos políticos internacionales de alcance cada vez más global que capturen la atención de grandes conjuntos y con esto un borrado cada vez más progresivo de la importancia de las fronteras. Algo clave en este proceso de superación de esta y futuras potenciales crisis.
Para ir terminando. Esta crisis exacerba lo bueno y lo malo. Todos nos damos cuenta de eso. Lo reconocemos en nosotros mismos al auto observarnos cómo reaccionamos a las noticias, redes y comentarios. Al mismo tiempo esta crisis pone en jaque cosas que creíamos y sentíamos como muy reales. Pero lo creo que va a quedar cada vez más claro en la superficie tras este proceso pseudo químico de aglutinaciones y reacciones es que la violencia tan vivenciada en este proceso no puede ser más tolerada. Aquí mi última suposición: no habrá un clamor global de «basta de violencia» pero sí una demanda cada vez mayor de un «basta de destrucción». Destrucción en sentido amplio. Y por contraposición una demanda de construcción y superación. Un impulso por dar lo mejor con el fin de crear y aportar.
El gran riesgo es que no parece estuviéramos suficientemente preparados para la aceptación de la diversidad y la superación de las grietas, por lo tanto un efecto bumerán nos podría pegar en la nuca tras dar toda una vuelta que termine en nuevos «ismos» que amplifiquen la violencia en vez de superarla. Vamos a caminar por el filo de una navaja. Pero a pesar de eso vamos a disfrutar de un clima de época más asociado a la renovación que a la destrucción. Ojalá y sepamos aprovecharlo. Vos, yo, todos tenemos que preguntarnos qué rol vamos a tomar. Qué cambios vamos a hacer en nuestras vidas o qué cosas vamos a potenciar. Estoy seguro que el potencial está ahí. Sólo resta ver si podemos superar el laberinto que se presenta, y si hiciera falta romper algunas reglas para permitirnos salir caminando por arriba. Eso si, sin pisar ninguna cabeza ni utilizando ninguna consigna de salvación individual o grupal sino manteniendo la consigna de la crisis: de esta salimos todos juntos.
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