

Las palabras tienen poder, no cabe duda. El discurso político usa y abusa de palabras al punto no sólo de bastardearlas sino también de grabarlas a fuego -con ayuda de la prensa- para en algún punto lograr el apoyo suficiente que permita justificar decisiones injustificables.
Entiendo perfectamente -pero no justifico- por qué los políticos buscan producir una épica y cerrar filas llamando guerra a lo que es meramente una crisis sanitaria y próximamente humanitaria. Incluso llamando a su vez soldados al personal de salud que -por supuesto- acto seguido se convierten en héroes de esa escena de guerra que describen y machacan.
Muy lejos de agradarme, el paralelismo me produce una repulsión que voy a explicar en próximos párrafos, pero también quiero llamar la atención sobre una alarma que se enciende y que no deberíamos desestimar.
El bastardeo que la política hace de las palabras no es algo nuevo. Por dar un ejemplo, palabras como innovación la han vaciado de sentido y hoy día hasta la obra menos creativa es presentada desde el discurso como tal. En promedio la política gusta de crea discursos manipuladores y rimbombantes para la tribuna, y esto claramente tampoco es nuevo. Podríamos decir que aún cuando irritante es soportable. Pero hay escenarios como el actual en el que la delgada línea de la ética y la inocencia se cruzan. Y el punto que quiero dejar claro es que una vez instalado en la tribuna el concepto es posible que no haya punto de retorno. Los riesgos de creernos en una guerra no son menores.
La cercanía de la historia
Primero que nada, en especial en Argentina, porque no cerramos las heridas producidas por el militarismo que afectó a todo el continente, y durante el cual la palabra guerra se impulsó para justificar golpes militares, persecución y desapariciones forzadas de civiles. Parece una exageración enlazar las situaciones, pero en un país cruzado por esta historia cercana hay palabras y conceptos que no son inocentes y no pueden permitirse más. Las palabras tienen poder y si a todo un arco militar se lo incentiva en esta épica puede desubicarse, más cuando en esta línea la ciudadanía que se empieza a radicalizar pide por el ejército en las calles. Pocos pasos nos podrían separar del «algo habrá hecho» que permitió que amplios sectores miraran para el costado sabiendo que había personas que estaban desapareciendo o sufriendo todo tipo de injusticias. Y si bien como sociedad avanzamos, y parece inverosímil, miremos el reciente caso de Bolivia así como el tipo de liderazgo de amplio corte pro militar y policial que la actual oposición llevó adelante en Argentina. En épocas de aguas turbulentas es cuando más debemos atender a cada pequeña señal.
El trabajador de la salud
Militarizar a un trabajador de la salud convirtiéndolo conceptualmente en soldado es una falta de respeto. Un trabajador de la salud es una persona de la sociedad civil que ha tomado la decisión de servir como profesional en hospitales, clínicas y sanatorios, sin ninguna intención de convertirse en mártir de ninguna causa ni cruzada militarista. Es una persona con una gran entrega, pero que no sigue ninguna lógica verticalista y no acata decisiones arbitrarias, siquiera en épocas de crisis sanitarias, sin aplicar primero que nada un criterio propio y un pensamiento crítico. Y si la institución o las circunstancias lo demandan se organizará para sacar a la luz pública todas las situaciones de injusticia y precariedad que está viviendo, algo que no sucede en casi ningún ámbito militar que sigue la lógica de «los trapos sucios se lavan en casa». Sonará muy épico creerse al frente de una cruzada pero hemos avanzado lo suficiente como sociedades -¿o quizás no?- como para rechazar de plano este juego de palabras que no es inocente.
Amplificando la violencia
Por último. Quizás el más importante de los puntos. Cuando el miedo y el stress ponen en jaque a toda una sociedad frente a un situación tanto inesperada como desconocida lo último que necesitamos es el uso de palabras que amplifiquen conceptualmente la violencia y la radicalización de esa sociedad. Hablemos de desafíos, hablemos de esfuerzos, pero no hablemos de guerras inexistentes.
Desde este simple escrito dejo entonces este llamado a no permitir ni aceptar que ningún arco político se aproveche de la situación para manipularnos con términos fuera de lugar que además de peligrosos admiten ocultar responsabilidades sobre esta enormemente violenta situación en la que nos han puesto por desoír a tiempo alertas de enorme sentido común.
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